Sobre el autor
(Christian Ferrer, 2002)
[Das Unwahre Princip Unserer Erziehung, Oder Der Humanismus Und Realismus]
Se llamaba Johann Kaspar Schmidt, y no Max Stirner, apodo por el que es deficientemente recordado en la historia de la filosofía, y conmemorado, por el contrario, entre los que han tomado partido por las ideas anarquistas. Sin duda, Stirner ha sido el más curioso de todos los teóricos asociados a las ideas libertarias, idea a la que no se le han mezquinado precisamente personalidades extravagantes o tremebundas. Toda su vida se resume en desorden, inconstancia y mala suerte a la vez que queda condensada en el título de su solitario libro El Unico y su propiedad. Esa obra, que gozó de un momento de fosforescencia fugaz en 1844, habría restado en el lóbrego adormecimiento de las bibliotecas públicas de no ser porque John Henry Mackay, un poeta individualista la expuso nuevamente a la luz medio siglo después de ser publicada, así como también recopiló algunos fragmentos de la biografía del autor.
Max Stirner nació en 1806, y fue sucesivamente huérfano por parte de padre, desapercibido estudiante de filosofía, escultor de una módica existencia bohemia salpicada de bravatas extremistas, obligado cuidador de una madre asolada por la demencia, profesor de un colegio de señoritas, autor de un único libro, microempresario fracasado, y al fin un sobreviviente que obtenía un escaso sustento de la gestión de asuntos por cuenta de terceros, que fue encarcelado brevemente a causa de deudas acumuladas, y que acabó oscuramente, sin llegar a viejo, tuberculoso y en la miseria, y eso en 1856. Son los datos de una vida triste y patética. La única claridad en esta penumbra la abrió la publicación de su enorme libro de cuatrocientas páginas, que burló, con ciertas dificultades, la censura, pero que también le restó el sustento, pues lo echaron de la escuela donde era profesor. Luego, el olvido.
El período en que Stirner redactó su libro -en definitiva, el escaso tiempo en que escribió y pensó- transcurrió en una taberna. Más precisamente, en una bodega que era propiedad del señor Hippel y cuyo nombre quedaría en la historia asociado a sus frecuentes clientes, un grupo de jóvenes filósofos radicalizados que se llamaban a sí mismos "Los Libres" y que gustaban de enzarzarse continuamente en interminables debates. Sus nombres: Bauer, Ruge, Marx, Engels y el propio Stirner. Friedrich Engels parece haber sido el autor del sobrenombre de Stirner ("frontudo", hombre con frente prominente). Entre ellos, había una mujer (en aquel entonces se la hubiera llamado una "emancipada") quien sería momentáneamente esposa de Stirner. Eran bohemios, disponían de tiempo, alardeaban de su extremismo verbal y estaban hartos de la influencia que el fantasma de Hegel ejercía sobre sus pares filósofos y sobre ellos mismos. Más que ninguno de ellos, sería Stirner quien rompería de modo radical con el espectro hegeliano. Poco tiempo después, el grupo se dispersaría, en buena medida por causa del agravamiento de las condiciones políticas en Alemania. Todo este tiempo de creatividad del hegelianismo de izquierda duró lo que un fósforo prendido.
La filosofía de Stirner, desarrollada ardorosa y largamente en El Unico y su propiedad, consiste en una defensa cerrada de la personalidad humana enfrentada a la sociedad y el Estado. La máxima de Stirner se resume en la idea de que la misión de una persona consiste en llegar a ser ella misma, en reconocer lo que le es propio, asumir que nada hay por encima de esa "propiedad" y de que lo que no constituye "lo propio de sí mismo" debe ser puesto en condición de tensión para hacer evidente lo que es afín a la autonomía personal y lo que le es perjudicial y peligroso. La única propiedad verdadera de una persona es, entonces, ella misma, pero paradójicamente para serlo auténticamente es preciso proceder a su apoderamiento. Sólo desde ese centro de gravedad es posible vincularse libremente con la "sociedad". Stirner llega fácilmente a la conclusión de que el Estado es necesariamente rival del individuo, de que la institución jerárquica, por su propia esencia, es antiindividualista, contraria a la voluntad personal. La piedra de toque de la autonomía reside en la personalidad, en el carácter, esa sustancia que podemos moldear y construir como un proyecto, a la manera en que una persona procede a la educación de sí misma. Y con esa autoeducación el "Unico" descubre el enorme poder que está en germen en cada persona singular. Este es el principio irrevocable sobre el que construye su fortaleza argumental. El libro no es otra cosa que un "canto" a la libertad individual, escrita bajo la forma de tratado de filosofía, cuya radicalidad es inédita pero cuyo campo de tensiones ideológicas es propio de aquella época. El imperativo categórico individualista estaba en el "aire de los tiempos", y Stirner lo captó intuitivamente mucho antes que otros. Sus ideas pueden ser entendidas, además, como antecedentes habitualmente no reconocidas de las de Friedrich Nietzsche y del existencialismo posterior. En suma, Stirner fue el metafísico del anarquismo, quien descubrió algo evidente pero muy difícil de asumir sin sacar las conclusiones ontológicas y políticas que ello supone: que toda persona, en última instancia, es única.
El resto de la obra de Stirner son migajas. No escribió casi nada más, si se exceptúa un libro ocasional destinado a ganar algún dinero y unos pocos ensayos. Uno de ellos es "El falso principio de nuestra educación", escrito a pedido de Marx y publicado en el Rheinische Zeitung, casi en mitad del siglo XIX. La especificación de fecha no es caprichosa, pues en aquel entonces promediaba el cuarto creciente de la época de la escolarización masiva, una de las consignas fundamentales del proyecto de la ilustración. La saga de la escuela pública fue promovida como combate a muerte contra el "flagelo del analfabetismo". Pero Stirner no creía que alfabetización equivaliera a educación de hombres libres. Hasta entonces la educación había consistido en la formación estamental del "gusto" y de las maneras cortesanas, o bien en la especialización de unos pocos en oficios específicos. O bien modo de adquirir habilidades intelectuales aptas para gestionar las relaciones entre grandes señores o de adquirir maestría en un arte a partir del saber de un hombre ya experto en la materia. La ilustración, por el contrario, pensó a la educación como medio para formar ciudadanos libres, emancipados de la tutela religiosa y de las presiones autocráticas. Pero la igualdad entre seres emancipados del "ancien regime" no es el proyecto de Stirner. Es la "igualdad, no con los demás, sino consigo mismo" lo que le concernía como filósofo, y eso estaba fuera de cuestión entre los pedagogos del siglo XIX, pues la idea de unicidad ni siquiera era presentida. "Las libertades del querer", vía regia de la modelación del sí mismo, trascendían las filosofías de la conciencia. Para las dos escuelas pedagógicas que Stirner critica, la humanista y la realista, la una preocupada por la formación clásica y la otra por dotar a los ciudadanos de saberes cívicos y de saberes aptos para "ganarse la vida", la educación no es otra cosa que acumulación de conocimientos, y en verdad, aunque aparentan ser posiciones enfrentadas, no dejan de ser equivalentes. En cambio, Stirner percibe a la educación como nutrición del espíritu, como un modo de personalización del saber, como medio para la formación del carácter. Cuando el saber es pensando como materia prima a ser transmutada en voluntad, entendemos que la esencia del conocimiento consiste en favorecer las metamorfosis del Ser. Para Stirner, el ser humano es una crisálida perpetua.
Hoy sabemos que el proyecto del humanismo está en ruinas, y que su grandeza, pero también su debilidad, consistió en un inmenso esfuerzo por trasformar la parte de "animalitas" de los seres humanos en un apéndice de la razón. En una época anterior, las prácticas ascéticas cristianas intentaban, con otros instrumentos pedagógicos y un centro de gravedad distinto, lograr lo mismo. De ahora en adelante, la pedagogía debe pensarse a partir de su fracaso anterior. Stirner fue uno de los primeros en asumir que la sustancia a ser objeto de un pensamiento pedagógico era la existencia misma, la vida, y que para ello no se necesita solamente libertad de pensamiento, sino libertad de personalidad. Nos encontramos ahora con la misma disyuntiva que Max Stirner enfrentó: creación o domesticación. Si se elige la primera opción, el conocimiento es solamente -y nada menos- un instrumento para abrirse paso hacia el misterio de uno mismo.
[Das Unwahre Princip Unserer Erziehung, Oder Der Humanismus Und Realismus]
Se llamaba Johann Kaspar Schmidt, y no Max Stirner, apodo por el que es deficientemente recordado en la historia de la filosofía, y conmemorado, por el contrario, entre los que han tomado partido por las ideas anarquistas. Sin duda, Stirner ha sido el más curioso de todos los teóricos asociados a las ideas libertarias, idea a la que no se le han mezquinado precisamente personalidades extravagantes o tremebundas. Toda su vida se resume en desorden, inconstancia y mala suerte a la vez que queda condensada en el título de su solitario libro El Unico y su propiedad. Esa obra, que gozó de un momento de fosforescencia fugaz en 1844, habría restado en el lóbrego adormecimiento de las bibliotecas públicas de no ser porque John Henry Mackay, un poeta individualista la expuso nuevamente a la luz medio siglo después de ser publicada, así como también recopiló algunos fragmentos de la biografía del autor.
Max Stirner nació en 1806, y fue sucesivamente huérfano por parte de padre, desapercibido estudiante de filosofía, escultor de una módica existencia bohemia salpicada de bravatas extremistas, obligado cuidador de una madre asolada por la demencia, profesor de un colegio de señoritas, autor de un único libro, microempresario fracasado, y al fin un sobreviviente que obtenía un escaso sustento de la gestión de asuntos por cuenta de terceros, que fue encarcelado brevemente a causa de deudas acumuladas, y que acabó oscuramente, sin llegar a viejo, tuberculoso y en la miseria, y eso en 1856. Son los datos de una vida triste y patética. La única claridad en esta penumbra la abrió la publicación de su enorme libro de cuatrocientas páginas, que burló, con ciertas dificultades, la censura, pero que también le restó el sustento, pues lo echaron de la escuela donde era profesor. Luego, el olvido.
El período en que Stirner redactó su libro -en definitiva, el escaso tiempo en que escribió y pensó- transcurrió en una taberna. Más precisamente, en una bodega que era propiedad del señor Hippel y cuyo nombre quedaría en la historia asociado a sus frecuentes clientes, un grupo de jóvenes filósofos radicalizados que se llamaban a sí mismos "Los Libres" y que gustaban de enzarzarse continuamente en interminables debates. Sus nombres: Bauer, Ruge, Marx, Engels y el propio Stirner. Friedrich Engels parece haber sido el autor del sobrenombre de Stirner ("frontudo", hombre con frente prominente). Entre ellos, había una mujer (en aquel entonces se la hubiera llamado una "emancipada") quien sería momentáneamente esposa de Stirner. Eran bohemios, disponían de tiempo, alardeaban de su extremismo verbal y estaban hartos de la influencia que el fantasma de Hegel ejercía sobre sus pares filósofos y sobre ellos mismos. Más que ninguno de ellos, sería Stirner quien rompería de modo radical con el espectro hegeliano. Poco tiempo después, el grupo se dispersaría, en buena medida por causa del agravamiento de las condiciones políticas en Alemania. Todo este tiempo de creatividad del hegelianismo de izquierda duró lo que un fósforo prendido.
La filosofía de Stirner, desarrollada ardorosa y largamente en El Unico y su propiedad, consiste en una defensa cerrada de la personalidad humana enfrentada a la sociedad y el Estado. La máxima de Stirner se resume en la idea de que la misión de una persona consiste en llegar a ser ella misma, en reconocer lo que le es propio, asumir que nada hay por encima de esa "propiedad" y de que lo que no constituye "lo propio de sí mismo" debe ser puesto en condición de tensión para hacer evidente lo que es afín a la autonomía personal y lo que le es perjudicial y peligroso. La única propiedad verdadera de una persona es, entonces, ella misma, pero paradójicamente para serlo auténticamente es preciso proceder a su apoderamiento. Sólo desde ese centro de gravedad es posible vincularse libremente con la "sociedad". Stirner llega fácilmente a la conclusión de que el Estado es necesariamente rival del individuo, de que la institución jerárquica, por su propia esencia, es antiindividualista, contraria a la voluntad personal. La piedra de toque de la autonomía reside en la personalidad, en el carácter, esa sustancia que podemos moldear y construir como un proyecto, a la manera en que una persona procede a la educación de sí misma. Y con esa autoeducación el "Unico" descubre el enorme poder que está en germen en cada persona singular. Este es el principio irrevocable sobre el que construye su fortaleza argumental. El libro no es otra cosa que un "canto" a la libertad individual, escrita bajo la forma de tratado de filosofía, cuya radicalidad es inédita pero cuyo campo de tensiones ideológicas es propio de aquella época. El imperativo categórico individualista estaba en el "aire de los tiempos", y Stirner lo captó intuitivamente mucho antes que otros. Sus ideas pueden ser entendidas, además, como antecedentes habitualmente no reconocidas de las de Friedrich Nietzsche y del existencialismo posterior. En suma, Stirner fue el metafísico del anarquismo, quien descubrió algo evidente pero muy difícil de asumir sin sacar las conclusiones ontológicas y políticas que ello supone: que toda persona, en última instancia, es única.
El resto de la obra de Stirner son migajas. No escribió casi nada más, si se exceptúa un libro ocasional destinado a ganar algún dinero y unos pocos ensayos. Uno de ellos es "El falso principio de nuestra educación", escrito a pedido de Marx y publicado en el Rheinische Zeitung, casi en mitad del siglo XIX. La especificación de fecha no es caprichosa, pues en aquel entonces promediaba el cuarto creciente de la época de la escolarización masiva, una de las consignas fundamentales del proyecto de la ilustración. La saga de la escuela pública fue promovida como combate a muerte contra el "flagelo del analfabetismo". Pero Stirner no creía que alfabetización equivaliera a educación de hombres libres. Hasta entonces la educación había consistido en la formación estamental del "gusto" y de las maneras cortesanas, o bien en la especialización de unos pocos en oficios específicos. O bien modo de adquirir habilidades intelectuales aptas para gestionar las relaciones entre grandes señores o de adquirir maestría en un arte a partir del saber de un hombre ya experto en la materia. La ilustración, por el contrario, pensó a la educación como medio para formar ciudadanos libres, emancipados de la tutela religiosa y de las presiones autocráticas. Pero la igualdad entre seres emancipados del "ancien regime" no es el proyecto de Stirner. Es la "igualdad, no con los demás, sino consigo mismo" lo que le concernía como filósofo, y eso estaba fuera de cuestión entre los pedagogos del siglo XIX, pues la idea de unicidad ni siquiera era presentida. "Las libertades del querer", vía regia de la modelación del sí mismo, trascendían las filosofías de la conciencia. Para las dos escuelas pedagógicas que Stirner critica, la humanista y la realista, la una preocupada por la formación clásica y la otra por dotar a los ciudadanos de saberes cívicos y de saberes aptos para "ganarse la vida", la educación no es otra cosa que acumulación de conocimientos, y en verdad, aunque aparentan ser posiciones enfrentadas, no dejan de ser equivalentes. En cambio, Stirner percibe a la educación como nutrición del espíritu, como un modo de personalización del saber, como medio para la formación del carácter. Cuando el saber es pensando como materia prima a ser transmutada en voluntad, entendemos que la esencia del conocimiento consiste en favorecer las metamorfosis del Ser. Para Stirner, el ser humano es una crisálida perpetua.
Hoy sabemos que el proyecto del humanismo está en ruinas, y que su grandeza, pero también su debilidad, consistió en un inmenso esfuerzo por trasformar la parte de "animalitas" de los seres humanos en un apéndice de la razón. En una época anterior, las prácticas ascéticas cristianas intentaban, con otros instrumentos pedagógicos y un centro de gravedad distinto, lograr lo mismo. De ahora en adelante, la pedagogía debe pensarse a partir de su fracaso anterior. Stirner fue uno de los primeros en asumir que la sustancia a ser objeto de un pensamiento pedagógico era la existencia misma, la vida, y que para ello no se necesita solamente libertad de pensamiento, sino libertad de personalidad. Nos encontramos ahora con la misma disyuntiva que Max Stirner enfrentó: creación o domesticación. Si se elige la primera opción, el conocimiento es solamente -y nada menos- un instrumento para abrirse paso hacia el misterio de uno mismo.
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